La relación madre e hija no se impone, se construye

Estas son frases que escucho constantemente de madres preocupadas, confundidas… y muchas veces, frustradas. Quieren mejorar la relación con sus hijas adolescentes, pero no saben cómo. Algunas incluso creen que la desconexión apareció de la nada, sin darse cuenta de que muchas veces el silencio de una hija es una defensa, no una traición.

Nos cuesta aceptar que una buena intención no basta, que criar no es controlar, que acompañar no es moldear y que amar no es imponer. Muchísimas madres quieren recuperar la relación con sus hijas, pero no están dispuestas a soltar el control. Les cuesta escuchar sin criticar, estar presentes sin corregir, mirar sin juzgar. En el fondo, muchas buscan que sus hijas se conviertan en la versión que ellas mismas no pudieron ser. Y allí es donde comienza la ruptura: cuando la hija ya no se siente vista, sino evaluada. No se considera amada por lo que es, sino presionada por lo que se espera que sea.

La relación madre-hija es la raíz de nuestra autoestima, de nuestra relación con el cuerpo, con la comida, con nuestras relaciones interpersonales… incluso con el propósito de vida. La psicóloga y médica Christiane Northrup lo explica con claridad: “Nuestros cuerpos y nuestras creencias sobre ellos se formaron en el suelo de las emociones, creencias y comportamientos de nuestras madres.” Es decir, desde el vientre materno, nuestras células vibran con los pensamientos de nuestra madre. Si ella está en paz, su hija lo siente. Si vive con miedo, enojo o rechazo, ese estado también es parte de la programación biológica y emocional.

La clave está en nosotras, las adultas: Sanar este vínculo no empieza por exigirle a la hija que cambie, que hable, que sea diferente. Empieza por transformar el modo en que la madre se relaciona consigo misma. Porque una madre que se critica, se juzga o se abandona… sin quererlo, transmite el mismo trato hacia su hija. El cambio ocurre cuando la madre deja de ver a su hija como una extensión de sí misma y comienza a verla como un ser único, en construcción, con derecho a explorar, a equivocarse, a elegir y a crecer.

La relación madre-hija se construye con respeto, presencia y amor incondicional. Y ese amor no significa decir “sí” a todo, sino saber acompañar sin aplastar. Significa dejar de repetir frases como “eso no te queda bien” o “así no puedes ir” y empezar a sembrar confianza con un “¿cómo te sientes tú con eso?”, “confío en tu criterio”, “te veo, te escucho y aquí estoy para ti”.

No hay peor herida que hacer dudar a una hija de sí misma, y no hay mejor regalo que enseñarle a confiar en su voz, su cuerpo y su camino. Porque sanar la relación con una hija es sanar a todas las mujeres que vinieron antes… y a todas las que vendrán después.

¿Te gustaría sanar tu relación con tu hija? Comenta.

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