El día que descubrí que los caballos no necesitan amigos, necesitan un líder
Acababa de regresar de mi primer taller con caballos en Arizona. En casa me esperaba Fandango, un Azteca garañón, mi primer caballo. Con la emoción de poner en práctica lo aprendido, intenté acercarme a él. Pero en lugar de aceptarme, Fandango se alejaba cada vez más. No solo me ignoraba: me evitaba.
Como humano, no pude con el rechazo. Intenté forzarlo, insistir, buscar que me aceptara. Pero cuanto más lo intentaba, más me alejaba de mí misma, de mi centro… y por supuesto, más se alejaba también el caballo.
Ese fue el primer gran aprendizaje: si no estamos conectados con nosotros mismos, no podemos esperar que otros se conecten con nosotros. Pero en ese momento me preguntaba: ¿cómo conectar? ¿cómo encontrar mi centro? ¿cómo atraer a los demás desde claridad y no desde ansiedad?
Una frase que cambió mi visión
Decidí pedir ayuda. Contraté a alguien que me orientara sobre mis caballos y le conté mi frustración:
—“Yo quiero que Fandango sea mi amigo. Yo quiero ser su amiga.”
A lo que él respondió con una frase que nunca olvidaré:
“Los caballos no necesitan amigos, necesitan un líder.”
Al principio me explotó la cabeza. Yo quería ternura, cercanía, complicidad… ¿por qué me hablaba de liderazgo? Poco a poco entendí: los caballos buscan un líder que les dé seguridad, que esté dispuesto a protegerlos, incluso a dar la vida por ellos si fuera necesario. Alguien que inspire confianza, enfoque y conexión.
Del caballo al ser humano
Siempre me han fascinado las analogías, así que pronto me di cuenta de que lo mismo ocurre con los humanos.
Me preguntaba: “¿será que yo puedo ser esa persona que da seguridad y confianza a otros? ¿puedo dármela a mí misma primero?”
Trabajé con Fandango en el round pen. Establecí límites claros. Cambié mi actitud: pasé de ser una amiga ansiosa por ser aceptada, a ser un líder congruente que inspira, guía y cuida.
Desde entonces, Fandango y yo nos volvimos inseparables. Me seguía por todo el lugar; él, complaciente y seguro; yo, aprendiendo a ser asertiva. A veces lo dirigía, otras lo acompañaba, muchas veces éramos compañeros. Con el tiempo, durante mis clases de equitación, llegamos a un nivel de conexión tan profundo que mi entrenadora me dijo un día:
—“Si no fuera porque el caballo es tan inteligente y ágil, pensaría que se están leyendo el pensamiento.”
Y tenía razón. Nos leíamos el pensamiento.
Mi reflexión
Ese día descubrí que el liderazgo auténtico no nace del deseo de ser querido, sino de la capacidad de dar seguridad, confianza y claridad.
Un caballo no necesita un amigo que lo complazca, necesita un líder que lo sostenga y lo proteja. En algunos contextos, considero que sucede igual con jóvenes, niños y colaboradores.